Con el texto que a continuación podrán leer, Melchor Díaz-Pinés Pinés, participó en un Concurso Literario sobre el vino, convocado en Octubre de 1961 y promovido desde Barcelona, con el nombre de "AGROVINUS".
Con la recopilación de datos, algunos de ellos extraídos de polvorientos archivos, se pretende aportar algún que otro testimonio que coadyuve al logro de una auténtica historia del viñedo y los vinos españoles. En tal deseo y pluma en ristre, se da comienzo a esta glosa-extracto, de cuanto historiadores de todas las épocas plasmaron en sus libros.
El cultivo de la vid se remonta en España a los tiempos de la invasión fenicia, que se establecieron en tierras de la hoy llamada Andalucía y por el Levante meridional entre los siglos VII y VIII, antes de Jesucristo. Posteriormente lo hicieron por los Foceos de la Grecia Antigua, que fundaron sus primeras colonias en Ampurias (Gerona), allá por el siglo V, antes de la venida del Mesías, extendiéndose con gran rapidez por toda la región catalana.
El cultivo y aprovechamiento de la vid no se expansionaría por Castilla hasta tres siglos después, ya que los celtíberos que poblaban esa región central, tomaban una bebida llamada "vinemole", muy distinta en sabor a los vinos producto de la cepa pero, en el discurrir del tiempo, adquirió gran preponderancia el cultivo de la vid, no solo en la región central sino en otras provincias colindantes, pasando el viñedo a ser conocido por doquier.
La vid, en sus orígenes, se cultivó en parras, "iúga", según aseguraba el historiador romano Plinio el Viejo en su "Historia Naturalis" y el sabio, también romano, Marco Terencio Varrón, en su libro "De re rústica", cuya modalidad aún pervive en muchas regiones españolas.
De la perfecta aclimatación del sarmiento importado de los pueblos colonizadores, no hace mención la historia pero lo que si puede saberse es que en la Bética, no tardaron en hacerse plantaciones con cepas de Falermo (Antigua Roma), con resultados más alentadores. Por aquellos tiempos de principios de la Era Cristiana, ya mencionaba el poeta aragonés Marco Valerio Marcial las excelencias de los vinos catalanes, los de Tarraco y los de Sagunto, de los que el Emperador Augusto, mandaba hacer provisión para su mesa.
El geógrafo Estrabón y el sabio agrónomo Columela, afirmaban que los viñedos de España se extendían sobre toda la vertiente del Mediterráneo y del Océano y citaban como muy acreditados los vinos oscuros de Tarraco y Julia Traducta (Algeciras). Los fenicios, llegaron a simbolizar la uva en todas sus manifestaciones de arte. Acuñaron monedas con racimos de uvas como emblema de su don más preciado. En la necrópolis de Ibiza, también se han encontrado en la actualidad amuletos de hueso y barro con figuras de racimos de uvas como símbolos heráldicos, que pueden verse en el Museo Arqueológico de Madrid, encontrándose en Julia Traducta monedas con la efigie de Augusto, portador de un racimo de uvas.
Todo el esplendor y preferencias que disfrutaron los vinos en aquellos remotos tiempos, viéronse perturbados por persecuciones tendentes a abolirlos, pues el emperador Domiciano, en el siglo I, decretó el arranque de la mitad de las viñas existentes en sus dominios y posteriormente, los árabes pondrían serias dificultades a la explotación vinícola porque en el Corán, se lee que "El vino, los juegos de azar, las estatuas y la suerte de las flechas, son una abominación inventada por Satanás".
Ya en los siglos del II al IV, son afamados los tipos "Nebrissa", el "Lauro y el Gaditanum" y es conocida la uva "cocolobes" como productora de un vino muy ardiente que se guardaba en grandes vasijas de arcilla. Los historiadores, comentaban anecdóticamente, que el precio del vino por aquellos tiempos en los que un "metrete" era medida de capacidad de unos cuarenta litros, se vendía en 1 dracma, equivalente a dos céntimos/litro.
Los godos, romanos y cartagineses, respetaron la vid y hasta llegó a ser tomada como motivo decorativo y de ostentación. Sus hombres de ciencia estudiaron concienzudamente sus variedades y San Isidoro de Sevilla, citaba hasta veintitrés variedades distintas, Virgilio veinticuatro, Columela cuarenta y una y Plinio el Viejo, hasta ochenta y tres. La historia nos hace llegar el grado de estimación que a la vid y al vinos dispensaron tantos los íberos de origen ario, como los vascones de origen libio, los fenicios, los latinos, los griegos, los cartagineses, los godos y los árabes, al crear reglas muy precisas de la agricultura nabathea y de prácticas agronómicas dedicadas exclusivamente al cultivo de la vid. Los Reyes Católicos, una vez terminada la Reconquista, favorecieron extraordinariamente el cultivo de esta planta como emporio de riqueza y para levantar la economía de la nación, hasta el extremo de que su cronista, Pedro Mártir, ensalzaba el campo "porque su gala y lozanía, eran deslumbradoras y porque los viñedos se cultivaban con singular esmero".
El cultivo de la viña en los siglos posteriores, habría de llegar a prodigarse por toda España, pues rara es la región que carece de mayor o menor extensión dedicada a este aprovechamiento agrícola. La producción vinícola, contribuyó en todo tiempo a proporcionar pingües ingresos en las arcas de la nación y al florecimiento de extensas zonas de terrenos pobres y hoy, puede presentar la vinicultura española, una tan extensa gana de vinos que en color, aroma y sabor, no encuentran parangón en el mundo del vino.
La explotación de la vid, atravesó graves dificultades y contratiempos que, como la invasión filoxérica, estuvieron en trance de hacerla desaparecer. No obstante, las pérdidas iniciales a esta calamidad, han podido rehabilitarse con la feliz colaboración de los barbados llamados americanos y ya, en franca recuperación, se camina hacia la consecución del objetivo máximo: alcanzar la cifra de los veintiseis millones y medio de hectólitros conseguidos en 1920, que es la cifra mayor de los tiempos modernos y cuyos vinos se vendieron entre las 2 y las 2,50 pesetas/hectógrado.
Las predicciones del gran Abu Zacaría, llamado el Sevillano, en la dominación árabe, se van cumpliendo. Dejó escrito que al servicio y causa de la vid, se pondría en todo tiempo la tónica del saber, hasta lograr la máxima perfección en su cultivo y elaboración de los vinos. Que esta benéfica planta llevaría riquezas a los terrenos más pobres y áridos, creando prosperidad donde antes solo existieran zonas desérticas y desoladas.
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