Le voy a contar en
esta crónica, querido reportero, me dice D. Cosme, como eran las cosas acerca
de las fiestas de carnaval en nuestra villa a primeros del siglo XIX….. Y
procede hacerlo porque, en aquellos años, justo desde la llegada a Manzanares
de Sotomayor, estas fiestas alcanzaron gran auge en la villa. Por eso, y para
que pueda contarle a sus lectores como eran le citaré unas cuantas cosas acerca
de aquellas fiestas de carnaval en Manzanares, al inicio del Siglo
decimonónico…y, además, antes que usted me lo pregunte, le explicaré también
las razones de ese auge..
Seguro que usted, continua, habrá barruntado ya que
el pastor de la villa, el inefable y omnipresente Frey Sotomayor, algo tendría
que ver en todo eso, ya que casi nada de lo que ocurría por aquí escapaba a su
influencia. Pero claro, en principio, sigue D. Cosme con retranca, resulta
extraño que un pastor de la Iglesia, en aquel tiempo, cuando el control
eclesial de ritos, fiestas y costumbres era máximo, en lo que concernía a sus
aspectos mundanos, se dedicase a potenciar a “Don Carnal” en sus disputas
anuales con “Doña Cuaresma”. Ciertamente, no era así, continua D. Cosme, se
trataba de una estratagema más del listísimo Sotomayor para lograr el máximo de
sus objetivos, y es que, en 1800, en un contexto social absolutamente integrado
con lo religioso en el Reino de España, muy alejado todavía de los cambios
socio.culturales de la Ilustración, que ya se percibían en Europa, donde el
predominio de la individualidad en las cosas del mundo, preconizados por la
Ilustración, explotaba en esos festejos de carnaval, exaltando lo más profano
del ser humano, en rebeldía frente a las jerarquías religiosas o políticas del
marco social, en España era impensable.. pues, ahora,, como entonces, -
prosigue D. Cosme su ilustrada disertación- las "carnestolendas", que
era como se conocían a las fiestas de carnaval, aun cuando también simbolizaban
el aspecto más profano de la vida de las gentes, no dejaban de estar insertas
en el particular calendario litúrgico que caracteriza la vida y costumbrismos
de sus pueblos y, por tanto, también de Manzanares.
Las carnestolendas, fueron
muy populares en la villa durante la comendaturía del Señor de los Cameros y
Conde de Agular, D. Iñigo de la Cruz, muy promotor de las fiestas populares;..
y, al final del siglo XVIII, por el trasiego de gentes que supuso para la villa
el Camino Real de Andalucía, nuestro carnaval fue citado en sus notas por
alguno de los múltiples viajeros que nos visitaron…Hay que decir que, a
criterio de las autoridades eclesiales de cada localidad, en algunos sitios, y
también en Manzanares, en ocasiones los carnavales se prohibían y en cualquier
caso, con más o menos tolerancia, si se autorizaban, siempre era imprescindible
que la fiesta llevase unidos aspectos religiosos; pues, al fin y al cabo, esas
fiestas expresaban el grito de lo profano, que daba paso al predominio natural
de lo espiritual en el inmediato tiempo de la Cuaresma.. En La Mancha, y en
Manzanares, ese nexo de unión del carnaval con la religión estaba representada
por limosnas o dádivas a las “ánimas benditas del purgatorio”, algo que, como
veremos, no pasó inadvertido a los ojos y perspicacia de nuestro insigne, agudo
e inteligente párroco, Frey Sotomayor . A pesar de esa impregnación religiosa, continua
D. Cosme, el carnaval manzagato no dejaba de ser una fiesta popular...
La Plaza
y calles adyacentes se llenaban de las gentes del pueblo, siendo costumbre que
desfilasen agrupadas las distintas cofradías gremiales existentes en la
villa,,. Eran famosas la de los pastores, la de los labradores, la de los
hortelanos y la de los herreros... Los desfilantes iban bien pertrechados y
ataviados con las banderas y hábitos propios de su gremio, acompañados del
sonido de los tambores, fanfarrias y músicas, en un espectáculo festivo,
luminoso, vital, variopinto y multicolor.. Y junto a eso, dice irónico D.
Cosme, la “tolerancia eclesial” , se justificaba en una recaudación limosnera,
que, como ya sabemos, iba destinada a las "benditas ánimas del purgatorio”;
limosnas que, sigue en su ironía D. Cosme, como era difícil hacerlas llegar al
purgatorio, terminaban nutriendo las arcas eclesiales, como una alternativa
adicional a las exiguas congruas que donaba la encomienda a la parroquia…
Precisamente, en febrero de 1800, el año de los primeros carnavales de ese
siglo, y también el año de los primeros carnavales de Frey D. Pedro Alvarez de
Sotomayor en Manzanares, se anunció la formación de dos nuevas congregaciones
gremiales que iban a participar en las carnestolendas: la de labradores y la de
los herreros, que por la propia naturaleza de la villa, iban a suponer un
número considerable de nuevos protagonistas en la fiesta...Y parece que
Sotomayor no fue ajeno a ello, ni tampoco a los preparativos que hicieron que
ese carnaval de 1800 resultase particularmente brillante y concurrido. Las
chanzas, las fanfarrias, los uniformes, las banderas, las tamborradas y, en
fin, todos los elementos comunes a la fiesta de carnaval, se dieron cita, como
nunca hasta entonces, ante la inusitada expectación de los paisanos, que, en un
momento u otro de los días que duró, prácticamente ninguno dejó de pasar por la
Plaza, donde el carnaval callejero tenía su punto central.. Allí, sigue su
diserto D. Cosme, era el lugar tradicional de comienzo y final de los desfiles
gremiales, que tenían diferentes trayectos por las calles de la villa, de modo
que era casi imposible que algún vecino no se enterase que el pueblo entero
vivía el tiempo de carnestolendas.
En la Plaza pública, aparte de los propios
desfiles, y animadas por bandas de músicos, también se hacían, chanzas,
chirigotas y comedias al aire libre, que acumulaban muchos espectadores, y ese
solía ser uno de los momentos, aprovechados tradicionalmente por algunos
monaguillos de la parroquia, para animar a la gente a entregar sus limosnas a
las “animas benditas”…Y es ahí, querido cronista, sigue D. Cosme, en esa
costumbre del momento y manera tradicional de obtener las limosnas, donde la
práctica y natural inteligencia del párroco puso el “punto de mira” , con el
fin último de incrementar la cuantía total de lo obtenido por ellas; algo que
era muy necesario y perentorio para la parroquia en aquel inicio del Siglo XIX
cuando, como sabemos por anteriores crónicas, Sotomayor estaba en conflicto judicial
contra el Comendador de la villa, con el claro propósito de lograr un
incremento en las congruas parroquiales que la encomienda destinaba a la
Iglesia, manifiestamente insuficientes, para atender las necesidades más
perentorias de los numerosos pobres de solemnidad existentes en Manzanares
entonces.
Retablo y cúpula de la Capilla Mayor de la Asunción. |
Y llegado el inicio de aquellos carnavales de 1800, sigue D. Cosme, las gentes
de Manzanares entendieron por qué su párroco se había implicado tanto en sus
homilías de enero, y en diferentes paseos y contactos por la villa, para que
aquellos carnavales de 1800 resultasen tan brillantes y concurridos… Es bien
cierto, que Sotomayor, desde su llegada a Manzanares, siempre mostró una gran
determinación en sus medidas de ayuda a los pobres, algo, para él, obligatorio
para quien se catalogaba de cristianos, y por tanto no extrañó a nadie que
pidiese a su pueblo en las homilías particular generosidad en las limosnas
asociadas a la fiesta; pero, en todo caso, con más o menos intensidad, era lo
que los paisanos habían oído en años previos al anterior párroco, D. Manuel de
Oviedo y sus tenientes, cuando llegaban las carnestolendas... Pero claro está, a
la hora de la fiesta, resultaba una cuestión sencilla para cualquier paisano
escaquearse e ignorar a los monaguillos cuando se acercaban a pedir con sus
cestos, no obteniéndose demasiado dinero de esas limosnas.. Pero, ese año 1800,
las cosas iban a cambiar a ese respecto en la villa de Manzanares, ¡¡vaya que
si!!, exclama D. Cosme…Sotomayor, sabedor de todo eso cambio la forma de
limosnear en la Plaza, sin que nadie sospechase nada de sus intenciones en los
días previos…Lo cierto fue que Sotomayor, ante la sorpresa de propios y
extraños, en la primera oportunidad que tuvo, cestilla en mano, y acompañado en
ese menester limosnero por un distinguido y potentado feligrés, D. Manuel
Carrillo Dávila, muy relacionado con la nobleza de la villa, apareció en la
Plaza, mezclándose entre los estupefactos paisanos que la abarrotaban, que se
vieron sorprendidos con semejante escenario que para nada esperaban, donde su
admirado y respetado párroco y un rico feligrés, estaban, personalmente,
pidiendo limosnas para las ánimas benditas.
La presencia de Sotomayor en esa
tarea, entusiasmó a mucha gente, que se animó de inmediato a donar buenos
óbolos en la cestilla del párroco. Por otro lado, aunque solo fuese por
vergüenza de no dar nada al párroco en persona, muchos que habitualmente se
escaqueaban, se “rascaron el bolsillo” muy a su pesar, (rie D. Cosme)…. Por su
parte, D. Manuel Carrillo, muy bien aleccionado por D. Pedro, se acercaba a
cualquiera de los congéneres que reconocía como de la alta sociedad local que
por allí pululaban, y que, si bien, años antes, podían tratar con desdén a los
monaguillos, sin darles nada y sin llamar mucho la atención… ahora, aunque solo
fuera por eso tan propio de nuestra villa como “el que dirán”, más bien se
pusieron a competir en generosidad sobrevenida, por la sorpresiva situación,
comenta jocoso D. Cosme... Lo cierto es que, las donaciones fueron de tal magnitud,
y la recaudación tan brillante que, después del ofertorio de fin de fiestas,
"al hacer cuentas", y ante el asombro general, se advirtió que
alcanzaba la desmesurada cantidad de 7000 reales en maravedís....lo que provocó
el recelo de la autoridad civil, representada en aquel momento, en ausencia del
alcalde mayor, por el regente de la Real Jurisdicción, Don Luís Díaz Pallarés,
regidor perpetuo y decano del Ayuntamiento de la villa de Manzanares; lo que
dio lugar a otra disputa más del ilustre Sotomayor con las autoridades
civiles.. El munícipe llegó al extremo de dar la orden de depositar la cantidad
recaudada a custodia de otro "vecino de distinción", muy “experto en
cuentas”, don Pedro Alvarez, reputado y rico paisano, a más de excelente
cristiano, que vivía en la casa esquinera entre Ancha y San Antón, lo que le
citó aquí, porque años después, bien pasada la mitad de ese Siglo XIX, su casa
familiar serviría para aumentar el tamaño de la ermita de la Vera Cruz;
dándole, además, entrada por la calle Ancha, tal como la conocemos
hoy....Bueno, sigue D. Cosme, continuando con lo que estábamos, con evidente
sorpresa y disgusto por las dudas de las autoridades civiles, Sotomayor aceptó
la revisión de cuentas…y, aclarada su legítima procedencia en la actividad
limosnera, y puesto que era difícil hacerlas llegar al purgatorio, se
invirtieron en “misas a favor de las citadas ánimas benditas”, repartiendo el
dinero, escrupulosamente, entre los sacerdotes naturales de la villa, con lo
que, dice jocoso D. Cosme, las “ánimas del clero viviente”, vieron aliviada su
pésima situación financiera, por la muy escasa congrua que les daba el “bendito
Comendador”….
Con ello, puede, querido plumilla, dar por concluida esta crónica
acerca de las “carnestolendas” de primeros del Siglo XIX…y de cómo las
aprovechó nuestro “ilustrado” párroco Frey Sotomayor…
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