Los precios de los
productos esenciales, y la carga dineraria que añadían los poderes públicos o
religiosos, en forma de impuestos, diezmos o alcabalas, querido amigo, inicia
D. Cosme esta crónica, siempre estuvieron en las preocupaciones cotidianas, y
en las quejas de las gentes de cualquier pueblo, y Manzanares, naturalmente, no
ha sido nunca una excepción a esa regla general, pero he querido hablar algo de
todo esto, porque, a primeros del siglo decimonónico, antes de la guerra de la
independencia, la carestía de la vida y los impuestos añadidos, dieron bastante
que hablar en nuestra villa.
Como ya sabe usted, Manzanares, en los primeros
años del XIX, era una villa bulliciosa, con importante y activa vida comercial,
que se incrementaba, día tras día, desde que en la segunda mitad del siglo
anterior, el nuevo Camino Real de Andalucía, había facilitado muchísimo el
tránsito de mercancías, a más de lograr que los productos perecederos llegaran
a sus destinos en un tiempo mucho más precoz; y desde luego inusitado, para lo
que había sido habitual antes de estar disponible esa infraestrructura viaria.
Naturalmente, sigue D. Cosme, sobre todo en las villas y pueblos atravesados
por el citado camino, como era el caso de Manzanares, el comercio y todas las
circunstancias asociadas al mismo, cambiaron mucho en muy poco tiempo. Por ej,
esa nueva situación facilitaría mucho la especulación de precios, en bastantes
y muy diversos géneros de productos esenciales, pues los comerciantes
ambulantes tenían mejores posibilidades de desplazar sus elementos al pueblo o
villa que más les convenía, siempre en función de la demanda local para el
citado producto. Manzanares, además, - continua D. Cosme- por su magnífico
elenco de ventas y posadas, se convirtió por esas fechas en una villa no solo
muy transitada, sino también en un punto de aposentamiento para muchos de esos
comerciantes.
Nuestra Plaza Pública era en aquel primer tiempo del XIX un
auténtico emporio comercial en la región manchega, y a ella acudían a comprar,
y a vender, no solo los paisanos, también muchos forasteros de villas próximas
y, a veces, no tan próximas: Lo cierto fue, continúa, que, en gran medida por
la especulación antes citada, los precios en Manzanares eran, en general, más
altos que en villas cercanas, obligando a veces al Ayuntamiento, desde luego
con mucha más frecuencia de la habitual hasta entonces, a controlar los precios
más elevados, sacando a la venta, (a menos precio que el solicitado por los
comerciantes forasteros) las reservas de alimentos del Pósito Público e,
incluso, en colaboración con la encomienda, las existencias de la Casa de la
Tercia o del castillo. Con eso, se obligaba a los comerciantes que venían de fuera
a moderar sus precios, pero, claro está, prosigue D. Cosme, eso no siempre era
posible, bien por falta de reservas en el Pósito, o por carecer nuestros
almacenes de productos que no se dan en nuestra, por otro lado, muy rica
encomienda.
Casa de la Tercia, Manzanares. |
Le comentaré, continua D. Cosme, que gran parte de la polémica
sobre la carestía de la vida en Manzanares, a primeros del siglo decimonónico,
la hemos podido conocer con fidelidad, porque quedó escrita en los legajos del
pleito que el párroco Sotomayor mantuvo con la encomienda, ese que ya hemos
conocido en crónicas previas. Entre las alegaciones que Sotomayor y varios de
sus testigos hicieron, intentando con ellas validar sus posiciones, había
algunas que aludían al problema tratado en esta crónica. Dijeron, entre otras cosas,
estas:…que en Manzanares, a causa de sus comunicaciones y el tránsito continuo
de forasteros…”sufrían allí notable carestía todos los objetos de humana
subsistencia y señaladamente los llamados de primera necesidad, puesto que es
mayor la concurrencia de los compradores que los consumen que la de los
vendedores que las ofrecen…a excepción de las carnes, que corren con alguna
equidad, todos los demás artículos, y especialmente habitación y ropas, cuestan
aún más que en Madrid”. Un testigo, Vicente Núñez Merino, se despachó a gusto
ante el tribunal de la Orden, a fecha de 22 de Octubre de 1800, con esta
prolija, curiosa y explicita declaración:… “…todos los precios estaban muy
subidos en 1800, sobre todo desde hacía seis u ocho años; las carnes no andaban
mal; la libra de carnero, a dos reales; la de macho, a 16 cuartos; y la de
oveja, a 12 ó 13, según la estación; las legumbres, a precios excesivos; el
aceite, un año a precio moderado y luego por cuatro o cinco años, a precio
altísimo, llegando a valer 100 y más reales cada arroba, porque en estos
terrenos se coge un fruto regular cada cinco años y a veces han pasado diez o
más, porque los hielos destruyen las olivas a menudo; el arroz, a más de 30
reales la arroba; y garbanzos, a 130 reales la fanega. De dos años atrás,
subieron los efectos de vestir, lienzos, paños, estopas y telas ; el lienzo
común fabricado en el pueblo está a 10 reales la vara y hacía pocos años, a
solo 6; el paño, también fabricado en el pueblo, subió 12 reales en vara, pero
lo que más subió fueron los géneros de importación; el lienzo llamado aroca
valía ya 12 reales, cuando hacía 4 años solo era la mitad”….Otro testigo de
Sotomayor, el escribano Juan Antonio de Ressa, declaró ese mismo día…“que él
había viajado mucho por otros pueblos fuera del Camino de Andalucía y podía
asegurar que… los precios son más bajos que en Manzanares..y que en Madrid…”
..Otro escribano, llamado Andrés Martín de Almagro, declaró: …. “que a su
avanzada edad nunca había conocido iguales precios”…Los representantes legales
de la encomienda, intentaron minimizar o negar estas cifras, aportando las que
ofrecía un “fiel corredor” al que consultaron. En esencia, dijeron que el
informe encargado reflejaba una situación de: “precios muy equitativos en
carnes, granos, aceite, tocino, legumbres y aun en frutas de lujo y si algo
habían subido no era para decir que Manzanares sea más caro que otros pueblos,
pues si los precios habían subido…se trataba de un hecho general y pasajero”..
y aportaban al tribunal una certificación de precios realizada por fiel
corredor, D. Miguel Manzanares.
El Procurador general
del Consejo de las Ordenes, se mostró favorable a las tesis de Sotomayor y sus
testigos… y declaró, finalmente, que, en efecto, “Manzanares es pueblo de
tránsito y caro en todo lo preciso para su subsistencia”…lo que fue un hecho
definitivo en la sentencia final favorable a las tesis de Sotomayor, pero que,
en esta crónica, nos sirve para comentar que si la justicia dice que Manzanares
era caro, pues caro era…y no se habla más del asunto, concluye divertido y
sonriente, D. Cosme… Luego llegó el paréntesis de la guerra de la Independencia
y, cambia totalmente el gesto D. Cosme, para decir.., como en cualquier guerra,
las preocupaciones mayores no eran los precios, sino los muertos y la miseria
humana que conllevan este tipo de situaciones. Cuando el Reino de España
recuperó el pulso y el control, expulsado el galo invasor, continúa, las cosas
cambiarían sustancialmente, empezando por la desaparición de las encomiendas y,
con ello, gran parte del patrimonio eclesial.
Es claro , sigue, que estos
cambios repercutirían en el Reino, en todas estas cuestiones de la carestía de
la vida, pero lo hicieron de una manera mucho más genérica, si bien hay que
tener en cuenta que, en Manzanares, de manera muy puntual, la Desamortización
de Mendizábal nos afectó mucho, ya que, hasta entonces, poseíamos la más rica
encomienda Calatrava y, por tanto, ante cualquier desajuste o altibajo en los
precios, no disponíamos ya de los mecanismos de compensación inmediata, que
hemos visto al comienzo de la crónica, baste pues, para el relato, con lo
apuntado ya acerca de la carestía en Manzanares, a primeros del XIX, y ya habrá
ocasión de referirse a la evolución de los precios comunes de las cosas en otros
relatos del resto de siglo que están por llegar…
Naturalmente, continua
irónico D. Cosme, como usted ya supondrá, una villa tan activa y comercial como
Manzanares.. y con la encomienda más rica de Calatrava en aquellos años
iniciales del siglo XIX, también era “objeto de deseo monetario” por parte de
las administraciones públicas y las eclesiales, que obtenían de los “bolsillos
manzagatos” pingues beneficios, en aquella época, bien fuera por alcabalas,
diezmos u otros tipos de imposiciones a las
rentas y a los productos.
Orden de Calatrava. |
Como le acabo de comentar, sigue D. Cosme, los
sufridos manzagatos de primeros del XIX cotizaban doblemente, por un lado a la
Real Hacienda y, por otro, a la Iglesia, en este caso a dos de sus
instituciones, la Orden de Calatrava y el Arzobispado de Toledo. Las arcas
reales se nutrían entonces de una muy diversa serie de imposiciones, algunas
bastante curiosas, los ingresos mayores de la Real Hacienda eran dependientes
de las llamadas, alcabalas, que venían a ser el producto dinerario obtenido por
algo parecido a los impuestos actuales sobre “derechos reales”, o sobre el
patrimonio. Además, sigue jocoso D. Cosme, la voraz hacienda real, “nos sacaba
más cuartos”, mediante otro surtido de tasaciones, entre los que estaban: el
sugerente impuesto, llamado “derecho se sisa” (el nombre lo dice todo, ríe D.
Cosme), el también curioso impuesto, destinado al “fiel medidor”, y otras
diversas y diferentes tasas por “servicios y subsidios ordinarios o
extraordinarios”. Aunque solo estuvieron vigentes en ese siglo XIX hasta la
Desamortización de Mendizábal, le comentare algo de cómo eran a principios del
siglo decimonónico los impuestos que recibía la Iglesia, de parte de los
sufridos y paganos paisanos de Manzanares,…y a fé…y nunca mejor dicho, al tratarse
de “impuestos espirituales”, ríe D. Cosme, que aquellos paisanos de primeros
del XIX, cotizaban diezmos, pero a base de bien, acordes con el título que
teníamos de más rica encomienda de la Mancha… Como sabe usted, por anteriores
relatos, la recaudación de estos diezmos, (en especie y en dinero contante y
sonante), venía derivada del rendimiento de las tierras y de otras actividades
productivas de la encomienda, y su contribución se llevaba a efecto en la “Casa
de la Tercia”,… lo obtenido de cada paisano se dividía en tres partes iguales
(de ahí lo de “tercias”),.de las que una eran para el Arzobispado de Toledo y
las otras dos para la encomienda de Manzanares.
Pagaban diezmo: cereales.
frutas, hortalizas, olivas, legumbres, azafrán, vino, queso, corderos, lana,
teja, cal, ladrillo…y algunos productos más, estando obligados también a este
pago, las soldadas de los criados. Para asegurar la recaudación, la encomienda
arrendaba por un año cada producto a una o más personas concretas, por lo que
ya se puede imaginar usted la cantidad de gente de la villa que vivía de eso,
pues ya se ocupaban muy bien cada uno de cobrar lo que había que cobrar, ríe D.
Cosme… En fin, esta historia de los recaudadores, nos ha servido, para poner
nombre a paisanos de aquella época dedicados a esa tarea…Por ej, el diezmo de
la alfarería estaba arrendado en 1802
a un vecino de la calle de la cárcel, D. José Guijarro,
y a D. Alfonso Jaramillo y D. Juan Díaz Madroñero, por 7875 reales y año; el
del queso, en 1803, estaba a nombre de D. Josef Rodriguez, vecino de Empedrada;
el de los corderos, chotos y lana, estaba arrendado en 1803 a D. Juan Josef Camacho
y D. Benito Fernández, con una renta ajustada, por ravera y especie, de 61
reales, y la arroba de lana a 78 reales… El diezmo de “géneros extranjeros”,
quedó, en 1806 en manos de Antonio López Camacho y Antonio Sánchez Blanco,
vecino de la calle Toledo, esquina a Lope, en 15.000 reales por año…y así
podría citarse alguno más, pero no lo hare…. .
….porque,,
mi querido cronista, por hoy fue ya suficiente para que usted garrapatee una
pequeña crónica, que habrá servido a sus lectores para saber de un aspecto tan
manido y y universal, como la carestía de la vida,.. pero que, claro está, como
muchas otras cosas, en el Manzanares decimonónico del primer tiempo, tuvo
bastante enjundia en cuestiones de bolsillo para el común de los manzagatos de
entonces, concluye sonriendo D. Cosme
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