El 12 de Octubre de 1962, Melchor Díaz-Pinés Pinés, envío el siguiente reportaje a la Revista ' La Pámpana de Baco '.
Es esta una pregunta que no puede contestarse categóricamente pero así lo aseguran sesudos gastrónomos y hombres de ciencia, a través de los siglos, llegando a considerarlo como un 'arte menor' pero arte, al fin.
Si el buen beber tiene ese bendito don de proporcionar al género humano los mayores deleites y más refinados placeres, es por lo que se impone una discriminación para diferenciar al verdadero degustador, el que sabe beber con elegancia y finura, con acusado refinamiento, del vulgar bebedor, que lo hace simplemente por 'tragar' y cuanto más y más deprisa, mucho mejor, aún a trueque de llegar a perder el equilibrio.
El buen vino fue siempre motivo más que justificado para que la literatura y otras artes mayores dejaran cincelada con letras de oro las excelencias de estos caldos. Este vino prodigioso, poseedor de categoría universal y ya definida aceptación, merece ser distinguido con algún lauro, pues a tal señor tal honor y nobleza , obliga.
Para intentar apreciar el arte no es preciso esclarecer en qué cantidad ha de ingerirse, como por igual el cómo y el cuándo de la libación. Nadie mejor que el propio interesado puede ser juez y parte en la valoración de sus aptitudes pues el organismo manda y puede intervenir decididamente, hasta prohibir el uso de la bebida. El vino despierta en el ser humano un deseo y este se manifiesta a través de tres medios: el color, el aroma y el sabor. Son condiciones indispensables exigidas en los cánones del observador más refinado.
Si es nuestro propósito disfrutar plenamente, impresionar gratamente a nuestros sentidos, aceptamos de buen grado la demora, el " nunca tenemos prisa ". Es como si quisiéramos detener la marcha del sol - a lo Josué histórico - para, como perfecto sibarita, saborear y dejarnos mecer en los efluvios que nos produce aquel placer. ¿ Intentaste alguna vez, por fortuna, detenerte a contemplar el bonito color de un vino, su limpidez y transparencia, su aroma y fineza de paladar ?. La inmensa mayoría de los que se tildan de buenos bebedores contestarían, sin duda, negativamente. ¿ Y por qué no hacerlo ?. El que lo hiciera una vez lo repetiría una y mil veces porque supervaloraría las ventajas de este sistema. Llegaría, si cabe, hasta a hacerlo por puro egoísmo, como paladar ya experimentado, que le proporcionaría muy atinadas apreciaciones sobre sus características, equilibrio de sus componentes, edad y hasta las deficiencias, si las hubiere.
El olfato, ese tercer sentido de que nos dotó el Creador, tiene opción a participar en la hora del buen beber. Al acercarlo a la nariz puede llegarse a descubrir los compuestos volátiles del vino, su inconfundible olor característico de buena conservación. Es un sentido puesto a la disposición del hombre para que lo use convenientemente. Hay que oler el vino antes de beberlo y quien lo haga, lo agradecerá sin duda.
Por el sentido de la vista se descubre el color de un vino, su limpidez de vino sano. El recreo de la vista es el placer más breve que se experimenta al beber, como ocurre, incluso en todos los órdenes de la vida. Apenas vemos y contemplamos un objeto que agrada y satisface, parece que se siente la inmediata necesidad de adueñarse de ello, de hacerlo propio. El sentido de la vista es el que desempeña el papel de invitador, el que incita a beber del vino que ya de antemano agradó.
La máxima expresión del arte del buen beber, se concentra en el sentido del gusto. El vino hay que beberlo con toda tranquilidad, paladeándolo y tomando el gusto poco a poco. El secreto estriba en este tan interesante detalle: beberlo despacito, tanto si se trata de una como de varias copas. Es el más refinado placer del más refinado catador pues las glándulas gustativas, las papilas linguales y los carrillos, en estrecha colaboración con las fosas nasales, acusan rápidamente las verdades que el vino esconde en sus entrañas. Entonces, conviene llevar el líquido alternativamente entre uno y otro de esos 'parajes' y cuando se hayan impregnado esos órganos, abrir imperceptiblemente la boca y dejar entrar en ella un poco de aire, porque a su contacto, el sabor del vino adquiere caracteres del más refinado deleite.
No hay que precipitarse, eso nunca. El buen arte del beber recomienda que hay que dar tiempo al vino y al que lo bebe, para que el contacto mutuo sea armonioso, suave, cariñoso. En todo lo que se relaciona con el paladar y con el estómago, se impone la parsimoniosa lentitud y tranquilidad del espíritu más acusadas. Si estas reglas no son las idóneas para dejar bien sentado y categóricamente que el buen beber es arte menor, consígase una mayor aportación de datos. Quede pues, al estudio y decisiones de los documentados y eruditos en la materia, para que su fallo decida, o no, el elevar el vino a esa categoría que sus méritos reclama.
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