El siglo decimonónico, mi querido
cronista, como ya advertimos en relatos previos, fue un siglo cambiante en
muchas cosas y costumbres manzagatas, pero alguno de dichos cambios habían
aparecido ya al final de la centuria anterior, derivados muchos de ellos del
paso continuado por nuestra villa de muy dispares gentes, con sus
correspondientes hábitos y costumbres. Y de uno de esos modismos, que incidió
de manera particular en la villa de Manzanares, a primeros del siglo XIX, es de
lo que le propongo verse la crónica que paso ya a relatarle…
El Camino Real de
Andalucía, sigue D. Cosme, fue el principal responsable, sin duda alguna, de
ese tránsito y recalo de gentes por nuestros lares, y resultó determinante en
el desarrollo de ciertos costumbrismos... ese trasiego creciente de gentes por
Manzanares afectó en varios aspectos al pueblo en los primeros años de ese
siglo, antes de la guerra de la independencia... Y en esa tradición manzagata
de conflictos a primeros de siglo, continúa,.. al igual que al principio del
XVIII, hubo un conflicto entre el pueblo y el Alcalde Mayor, a cuenta del
reclutamiento irregular de paisanos, para nutrir las tropas borbónicas en la
Guerra de Sucesión,…
Y es que, sigue divertido y jocoso D. Cosme, en ese tiempo, siguiendo el Camino Real de Andalucía, transitaban con frecuencia por Manzanares contingentes importantes de soldados, para los que no había intendencia ni alojamiento suficiente en el castillo, ni en las posadas, existiendo, por ello, ordenanzas reales que obligaban al Concejo de Manzanares a buscar acomodo a la soldadesca en casas vecinales. Ese hecho, continúa jocoso D. Cosme, motivó frecuentes conflictos entre los vecinos “agraciados” con la inesperada compañía militar en sus domicilios, y el Ayuntamiento que se la estaba imponiendo;… mucho más, cuando la nobleza y la gente acomodada de Manzanares, poseedora de más grandes mansiones, quedaba exenta de esa obligación de acogida a la milicia, algo que irritaba todavía más a la gente común, que, en eso de la nobleza, no le iba a la zaga a la gente noble de casta, por lo que admitían muy mal esa “injusticia distributiva” en el reparto de militares, termina esta parte de su diserto, entre serio y divertido, D. Cosme…
Y es que, además, sigue, el problema de acoger en las casas del pueblo a militares no era una cuestión baladí, o de escasa enjundia... y, desde luego, iba más allá de crear conflictos de espacio en las viviendas, pues aunque muchos de esos militares solo transitaban por el pueblo, alojándose nada más que una noche, algunos otros se quedaban acantonados en la villa, y en las casas de acogida correspondientes, hasta que se les adjudicaba destino… y, lo peor de todo, sigue D. Cosme, es que solían ser bastante pendencieros, irrespetuosos y procaces en sus formas y comportamiento, escandalizando con frecuencia a toda la gente del pueblo y motivando más de una riña o disputa...y le diré, que todo eso nos ha llegado, incluso, en referencias escritas de la época, que muestran bastante bien la preocupación con que se vivía en el pueblo la mala convivencia existente con los militares que aquí llegaban… por ej, en las citas que una vieja conocida de relatos previos, Dª Rafaela Pérez Valiente, dejó en un libro sobre su vida…donde escribe, específicamente, esto, acerca de ese tránsito continuo de militares por Manzanares:… “Oh!!...cuanto me perjudicó el trato con ellos!....son libres, o diciéndolo con más propiedad, hay muchos que son impíos; si pudiera yo dar una voz que se oyera en todo el mundo, exhortaría a las madres de familia no permitieran a sus hijas el trato con militares y que las guardaran de ellos y que los huyeran como de gente apestada, pues dan el veneno de su contagio en copas de oro y en píldoras doradas”…
Lo cierto era, continua D. Cosme, que, en
la villa manzagata, cada vez que llegaba un nuevo contingente militar, la gente
del pueblo asistía a un mismo ritual, que se vivía con inquietud y desasosiego
por todo el vecindario, ya que era seguro que varios paisanos tendrían que
alojar en sus viviendas a muchos de esos militares, para los que el castillo y
algún otro edificio de acuartelamiento que existía en Manzanares, se habían
quedado pequeños... Ese ritual se desarrollaba en la Plaza Pública, donde los
militares esperaban en formación la llegada de los denominados “oficiales
boleteros”, quienes repartían en la plaza, a los militares allí formados, unas
“boletas” marcadas, que les había entregado el escribano de la villa, D. Juan
Ressa, donde se les indicaba el domicilio que les debía acoger el tiempo que
estuviesen en Manzanares. Cuando los paisanos afectados por el reparto tenían
conocimiento de su “suerte”, no había casi ninguno que se mostrase satisfecho
de dar techo a uno de esos militares, pues ya se sabía, por experiencias
previas, que un gran número de ellos eran prepotentes, altivos y más dados a la
exigencia en las casas que los alojaban, antes que mostrar el lógico
agradecimiento a quienes les acogían, aunque fuese de manera obligatoria…
La verdad, prosigue D. Cosme, es que, en una villa tranquila en sus hábitos y costumbres vitales, , como era el Manzanares de primeros de aquel siglo decimonónico, muchas de las pocas trifulcas, riñas y discusiones que se daban en ella, tenían que ver con esos alojamientos impuestos de militares. Y en referencia a todas esas disputas, y como ejemplo de ellas, voy a contarle, para su crónica, uno de los episodios que más polémicas suscitó en la villa…
En el año 1800 don Ramon Mateos, un médico, colegiado en Madrid, que había llegado a ejercer a Manzanares en 1799, recién casado ese mismo año, fue uno de los vecinos que resultó agraciado con un inquilino militar de un regimiento que acababa de arribar a Manzanares… El médico se acogió a una norma que, en principio, pensaba le solucionaría el problema, y que consistía en que cualquier domicilio de una pareja con menos de 4 años de matrimonio quedaba exento de esa obligación de acogida... Pareció, en un primer momento, continua D. Cosme, que el recurso le iba a funcionar al galeno Mateos… pero, al poco tiempo, se presentaron de manera imprevista, en su propia casa, tres regidores del Ayuntamiento, que le obligaran, como contraprestación, a entregarles dos sabanas y dos “almohadas delgadas”, para uso del militar al que tenían que buscar alojamiento en otro lugar... Este militar debía estar en Manzanares en expectativa de destino y como, por alguna razón que desconocemos, el galeno no caía bien a ciertos regidores del Ayuntamiento, tiempo después intentaron de nuevo obligarle en la acogida del militar…y de nuevo, el recurso del doctor Mateos, aduciendo similares razones de tiempo marital, resultó exitoso para sus pretensiones, comenta sonriente D. Cosme,...
Pero este conflicto, que parecía concluido, estaba lejos de terminar, por la contumacia y la inquina personal de esos regidores hacia el indómito D. Ramón…y, a fecha del 17 de septiembre del dicho año de 1800, cuando el galeno atendía a unos transeúntes que parecían sufrir alguna infección epidémica, se personaron en su casa el alguacil mayor y un oficial del regimiento de infantería, con la intención de reconocer la vivienda, y con la orden taxativa de dar acomodo en ella, en su planta superior, a la esposa del comandante de un nuevo regimiento que acababa de llegar a Manzanares. En esta ocasión, de nada sirvieron las protestas de Mateos, pues el oficial militar y el alguacil, bajo amenaza de poner el caso en manos de la Capitanía General de Castilla la Nueva, le dieron de plazo hasta las cuatro de la tarde para acondicionar la planta alta de su casa, donde el galeno tenía su estudio. D. Ramón les suplicó que no desmontasen la librería que tenía en dicha estancia, pero su prudente esposa, D. María Teresa Carmona, para evitarle problemas a su marido, mientras este discutía con el alguacil, procedió a ir desmontando los muebles y a recolocar libros y papeles… algo que disgustó a su esposo que no estaba por la labor de no continuar luchando contra lo que consideraba un atropello flagrante…
D. Ramón, acalorado, garrapateó en unos minutos un escrito de protesta, sobre lo que allí estaba sucediendo, y que, en un principio, el alguacil se negó a cursar por el cauce reglamentario… En el escrito, D. Ramón Mateos, argumentaba que: tal gravamen era ilegal por la norma,… que existían muchas casas en la villa tan buenas o más que la suya para ese menester, y que era, por tanto, falso que, la suya, se tratara de la mansión más capaz, como se pretendía por el Ayuntamiento, añadiendo que su casa, a lo largo de veinte años, nunca se utilizó para alojamientos de este carácter…: Así las cosas, sigue D. Cosme, D. Ramón consiguió que se pidiese un informe al ayuntamiento de Membrilla, referente a si esta obligación alcanzaba o no a los médicos en esa población, pues en el pueblo vecino tenían un prestigioso escribano, muy buen conocedor de todas las vicisitudes y problemáticas de las administraciones locales de la época. Este señor, que se llamaba D. Pedro García de Mora, certificó que, allí, en La Membrilla, por mor de su especial tarea, los facultativos estaban exentos de dicha carga de acogida a militares, por numerosas que fueran las tropas, y de cualquier otra razón, “respetándoseles: honras, gracias y preeminencias”. Con este informe en mano, los regidores del Ayuntamiento de Manzanares, tuvieron que tragarse su orgullo y dar la razón legal, que le asistía desde un principio, a D. Ramón Mateos, pues supieron por el Sr García de Mora que, de haber sido consultado, el Consejo de Castilla habría emitido una resolución similar, con el riesgo de sanción al Ayuntamiento por obstruccionismo y tergiversación de las normativas legales del Reino.
La verdad, prosigue D. Cosme, es que, en una villa tranquila en sus hábitos y costumbres vitales, , como era el Manzanares de primeros de aquel siglo decimonónico, muchas de las pocas trifulcas, riñas y discusiones que se daban en ella, tenían que ver con esos alojamientos impuestos de militares. Y en referencia a todas esas disputas, y como ejemplo de ellas, voy a contarle, para su crónica, uno de los episodios que más polémicas suscitó en la villa…
En el año 1800 don Ramon Mateos, un médico, colegiado en Madrid, que había llegado a ejercer a Manzanares en 1799, recién casado ese mismo año, fue uno de los vecinos que resultó agraciado con un inquilino militar de un regimiento que acababa de arribar a Manzanares… El médico se acogió a una norma que, en principio, pensaba le solucionaría el problema, y que consistía en que cualquier domicilio de una pareja con menos de 4 años de matrimonio quedaba exento de esa obligación de acogida... Pareció, en un primer momento, continua D. Cosme, que el recurso le iba a funcionar al galeno Mateos… pero, al poco tiempo, se presentaron de manera imprevista, en su propia casa, tres regidores del Ayuntamiento, que le obligaran, como contraprestación, a entregarles dos sabanas y dos “almohadas delgadas”, para uso del militar al que tenían que buscar alojamiento en otro lugar... Este militar debía estar en Manzanares en expectativa de destino y como, por alguna razón que desconocemos, el galeno no caía bien a ciertos regidores del Ayuntamiento, tiempo después intentaron de nuevo obligarle en la acogida del militar…y de nuevo, el recurso del doctor Mateos, aduciendo similares razones de tiempo marital, resultó exitoso para sus pretensiones, comenta sonriente D. Cosme,...
Pero este conflicto, que parecía concluido, estaba lejos de terminar, por la contumacia y la inquina personal de esos regidores hacia el indómito D. Ramón…y, a fecha del 17 de septiembre del dicho año de 1800, cuando el galeno atendía a unos transeúntes que parecían sufrir alguna infección epidémica, se personaron en su casa el alguacil mayor y un oficial del regimiento de infantería, con la intención de reconocer la vivienda, y con la orden taxativa de dar acomodo en ella, en su planta superior, a la esposa del comandante de un nuevo regimiento que acababa de llegar a Manzanares. En esta ocasión, de nada sirvieron las protestas de Mateos, pues el oficial militar y el alguacil, bajo amenaza de poner el caso en manos de la Capitanía General de Castilla la Nueva, le dieron de plazo hasta las cuatro de la tarde para acondicionar la planta alta de su casa, donde el galeno tenía su estudio. D. Ramón les suplicó que no desmontasen la librería que tenía en dicha estancia, pero su prudente esposa, D. María Teresa Carmona, para evitarle problemas a su marido, mientras este discutía con el alguacil, procedió a ir desmontando los muebles y a recolocar libros y papeles… algo que disgustó a su esposo que no estaba por la labor de no continuar luchando contra lo que consideraba un atropello flagrante…
D. Ramón, acalorado, garrapateó en unos minutos un escrito de protesta, sobre lo que allí estaba sucediendo, y que, en un principio, el alguacil se negó a cursar por el cauce reglamentario… En el escrito, D. Ramón Mateos, argumentaba que: tal gravamen era ilegal por la norma,… que existían muchas casas en la villa tan buenas o más que la suya para ese menester, y que era, por tanto, falso que, la suya, se tratara de la mansión más capaz, como se pretendía por el Ayuntamiento, añadiendo que su casa, a lo largo de veinte años, nunca se utilizó para alojamientos de este carácter…: Así las cosas, sigue D. Cosme, D. Ramón consiguió que se pidiese un informe al ayuntamiento de Membrilla, referente a si esta obligación alcanzaba o no a los médicos en esa población, pues en el pueblo vecino tenían un prestigioso escribano, muy buen conocedor de todas las vicisitudes y problemáticas de las administraciones locales de la época. Este señor, que se llamaba D. Pedro García de Mora, certificó que, allí, en La Membrilla, por mor de su especial tarea, los facultativos estaban exentos de dicha carga de acogida a militares, por numerosas que fueran las tropas, y de cualquier otra razón, “respetándoseles: honras, gracias y preeminencias”. Con este informe en mano, los regidores del Ayuntamiento de Manzanares, tuvieron que tragarse su orgullo y dar la razón legal, que le asistía desde un principio, a D. Ramón Mateos, pues supieron por el Sr García de Mora que, de haber sido consultado, el Consejo de Castilla habría emitido una resolución similar, con el riesgo de sanción al Ayuntamiento por obstruccionismo y tergiversación de las normativas legales del Reino.
Y puede usted, mi
querido cronista, dar aquí fin al relato, pues parece suficiente para dar
cuenta de un cierto costumbrismo en el Manzanares de principios del siglo XIX,
y de alguna de sus consecuencias…aparte ser una muestra más de la hidalguía de
un paisano, de reciente data en la villa, pero ya paisano a fin de cuentas, que
fue capaz de hacer valer sus derechos, frente a la fuerza del poder impositivo
de la Autoridad local…
No hay comentarios:
Publicar un comentario